En la calle del Pez esquina calle San Roque 9, a muy pocos metros de Callao, se alza el convento de San Plácido, fundado en 1623 por Teresa Valle de la Cerda y construido por fray Lorenzo de San Nicolás en estilo Barroco.
Su historia no sería más relevante sino fuera los sucesivos rituales de exorcismos que ocurrieron, bajo el reinado de Felipe IV, que hicieron necesaria necesaria la intervención del Inquisidor General.
Todo comenzó cuando una joven novicia empezó a cometer extraños actos, daba voces, hacía gestos obscenos. El confesor de las monjas, Francisco García Calderón, empezó a preocuparse y dedujo que la religiosa estaba poseída por el Diablo. Se decidió hacer un exorcismo de urgencia, pero no solo no dio resultado sino que además otras veintiséis monjas fueron poseídas, librándose solo cuatro, desde ese momento fueron conocidas como las endemoniadas de San Plácido.
El hecho fue tan importante y los rumores tan extendidos que llegaron a oídos de Diego de Arce de Reynoso, Inquisidor General del reino, que abrió un largo proceso para investigar que estaba pasando. Su resolución llegó en 1631, cuando, tras terribles tormentos practicados por el Santo Oficio, fray Francisco García Calderón confesó haber cometido actos pecaminosos con las hermanas, por lo que fue condenado a cadena perpetua, ayunos y disciplinas. La priora fue desterrada y las hermanas trasladadas a otros conventos para que no se pudiera repetir los hechos.
Hay un segundo hecho, pero este mucho más terrenal y de corte más legendario y lujurioso. Este suceso relata que Felipe IV se habría prendado de una joven y bella monja llamada Margarita. Ella le rechazaba y pidió ayuda a la priora que urdió un montaje para hacer pasar por muerta a Margarita y así librarla del rey.
El monarca como penitencia y compensación regaló un reloj cuyas campanadas imitan al toque de difuntos. Este relato se narra en un manuscrito anónimo de finales del siglo XVII, por lo tanto no es contemporáneo a Felipe IV, guardado en la Biblioteca Nacional con el título "Relación de todo lo suzedido en el casso del Convento de la Encarnazión Benita". En dicho texto también dice que en un segundo intento y favorecido por Jerónimo de Villanueva, secretario y consejero del rey, la monja habría sucumbido. Enterado el inqusidor general, Antonio de Sotomayor, amonestó al rey y mandó a Villanueva a las cárceles inquisitoriales de Toledo. Por ello el conde-duque de Olivares forzó la salida de Sotomayor haciendo creer que venía por requerimiento de Roma y trajo al nuevo inquisidor Diego de Arce que liberó a Villanueva sin leerle la sentencia, a condición de que ayunase los viernes, donara mil ducados en limosnas y guardase silencio.
Como última curiosidad, en su sacristía se conservó entre 1628 y 1808 el "Cristo Crucificado" de Velázquez que está actualmente en el Museo de el Prado.
Cada edificio guarda una historia que está escondida y que nos enseña como era la ciudad en distintas épocas y cuales eran sus inquietudes o creencias.
Fachada del convento y grabado del proceso Inquisidor. ABC Madrid. |
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