Las iglesias constituyen un gran patrimonio tanto por su arquitectura como por todo el arte que atesoran sus muros.
Muchas veces paseando por las ciudades encontramos edificios que a primera vista no nos llaman la atención pero en multitud de ellos la magia está en su interior ya que suelen estar a rebosar de arte y un claro ejemplo de ello es la Iglesia Parroquial-Museo de San Nicolás y San Pedro Mártir de Valencia.
La historia de este lugar comienza en el 138 a. C. cuando esto era el decumano de Valentia Edetanorum sobre el cual, siglos más tarde, se levanta un templo paleocristiano visigodo que durante la invasión musulmana se transforma en una mezquita que tras la conquista de Valencia en 1238 por el rey Jaime I de Aragón es consagrada y entregada a la Orden de Predicadores o Dominicos quienes la advocan a San Nicolás de Bari y posteriormente también a San Pedro Mártir, primer mártir de la orden.
Llegando el siglo XV Alfonso de Borja, rector de la parroquia y futuro papa Calixto III, decide reconstruirla para ampliarla y la levanta en gótico valenciano con una sola nave, ábside poligonal y seis crujías con bóvedas de crucería simple. Además le sitúan seis capillas entre los contrafuertes de los arcos ojivales.
En su exterior se observa una portada gótica con decoración sencilla en la se ven arquivoltas en arcos ojivales en cuyo tímpano hay un relieve de un plato de carne, en referencia a un milagro del santo, añadido en época barroca y un rosetón con la estrella de David construido en el siglo XIX. Por último se completa con una capilla exterior, la del Cristo del Fossar, levantada sobre el antiguo cementerio y una torre-campanario.
Pero sin duda la magia de este lugar está entre sus muros ya que al atravesar sus puertas se descubre un espacio totalmente decorado en estilo Barroco. La idea de cambiar toda la decoración nace de la necesidad de renovar lo gótico por ello entre 1690 y 1693 el arquitecto Juan Bautista Pérez Castiel cubrió todo con esgrafiados, estucos y relieves y tapó los los originales arcos apuntados góticos de las capillas con arcos de medio punto. Tras ello el canónigo Vicente Victoria y el Arzobispo Rocabertí contrataron a Antonio Palomino, pintor de cámara del rey Carlos II, para que renovara todas la pinturas. De esta manera creó un gran entramado de pinturas barrocas al fresco que tuvo que adaptar a las bóvedas de crucería y los lunetos que se abrían sobre las ventanas que hay en sus nervios. Estos fueron aprovechados para contar la vida de San Pedro Mártir, lado del Evangelio, y de San Nicolás de Bari, lado de la Epístola. Además cada escena se acompaña de dos miembros de las nueve categorías del Coro angélico, dos Santos, dos Mártires o dos Vírgenes y figuras alegóricas a su alrededor. Finalmente las pinturas fueron ejecutadas por Dionís Vidal, discípulo del anterior, entre 1697 y 1700 quien decidió retratarse junto a su maestro en el hastial.
Años más tarde se hizo una reforma neogótica en la que se añadieron un panel de cerámica en la fachada en la que se representa a Alfonso de Borja de joven prediciendo que algún día seria papa como así ocurrió y se cambiaron las ventanas originales por unas vidrieras neogóticas con arcos apuntados. Además se añade el rosetón y se cubre la pintura "Alegoría de la Iglesia triunfando sobre las Herejías" del muro hastial porque había gente que le ofendía ver a una mujer llevando una tiara papal, finalmente se recuperó en 2016.
Gracias a todo esto esta joya gótica con alma barroca es conocida como la capilla sixtina valenciana y desde 1981 es Bien de Interés Cultural y Monumento Histórico Artístico, además desde 2019 está reconocida como museo.
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