La puerta por donde entraba el vino

   Cuando una ciudad poseía una muralla siempre tenía que tener puertas para que la gente pudiera entrar y salir de ella.

  Durante la Edad Media, y ahora también, la ciudad coruñesa de Santiago de Compostela era uno de los puntos más importantes para la cristiandad ya que en ella reposan los restos del apóstol Santiago. Esto hacía que a ella acudieran multitud de gente y que también fuera una ciudad que estuviera en continuo peligro de ataque por lo que se le levantaron murallas en las que hubo que erigir puertas, varias fueron las que tuvo y una fue el arco o porta de Mazarelos.

  Sobre el año 968 el noble y obispo Sisnando II decidió crear un entramado defensivo al rededor de Santiago de Compostela para evitar posibles ataques desde Al-Ándalus pero esto no evitó que en el año 997 Almanzor, junto a su ejército y algunos nobles cristianos, consiguiera llegar hasta la ciudad, la saqueara y quemara la iglesia que entonces custodiaba los restos del apóstol (el sepulcro se salvó porque el propio Almanzor ordenó que se le respetara). Tras ello marchó hasta A Coruña. Es ahí cuando el obispo Cresconio ordena reconstruir las defensas y añadir al segundo anillo defensivo otra muralla con torreones de planta cuadrada y ronda interior. Pues bien es ahí donde se erigió el arco de Mazarelos.

  Desde su levantamiento se convirtió en un acceso bastante importante ya que, según el libro V del Codex Calixtinus, por ella accedían los comerciantes de vino llegados desde Ourense, los de cereales de Castilla, entraban los peregrinos llegado desde Mérida a través de la Vía de la Plata y unía Santiago con la comarca do Sar, es por esto que varios cambistas de moneda se instalaron en sus cercanías.

  Entre los siglos XVI y XVII las murallas sufrieron varias reformas pero en el siglo XIX la función de la muralla desapareció por ello se inició su derribo quedando únicamente en pie este arco y algún resto más.

  Actualmente la porta, la cual es un arco de granito en forma de medio punto peraltado en cuyo lateral quedan algunos cimientos del torreón defensivo al que estaba unido, presenta un gran estado y es de suma importancia al ser el único vestigio que queda en pie de la muralla de Santiago de Compostela.