No hay territorio en España en el que no se haya instalado alguna comunidad religiosa. Esto hace que muchos de los cenobios que se levantaron para acogerles aún sigan en pie y un ejemplo de ello es el Monasterio de Santa María la Real de Iranzu ubicado en la navarra localidad de Abárzuza.
En el siglo XI ya existía en el valle de Iranzu (en euskera significa helechal) un pequeña iglesia dedicada a san Adrián que daba cobijo a varios monjes que no se sabe del todo si eran canónicos o benedictinos. Sin embargo esta nueva abadía data de 1176 cuando el obispo de Pamplona Pedro de París o de Artajona le cedió a su hermano Nicolás, un antiguo monje de la abadía de la Cour-Dieu (Loriet), las tierras de Iranzu junto con la iglesia y monasterio de San Adrián para que estableciera una nueva comunidad. Ya en 1078 llegan los hermanos de su antiguo cenobio y pertenecientes a la orden cisterciense. Es en ese momento cuando ven que el antiguo monasterio no reúne las condiciones necesarias es por ello que se le donan nuevos bienes y privilegios que permiten edificar una nueva iglesia y las dependencias monacales.
Todo esto le hizo alcanzar un gran florecimiento económico que duró hasta bien entrado el siglo XIV pero en esa época se desató una epidemia de peste negra, algo que sumado a las continuas guerras le hicieron entrar en un declive agravado por la venta de varios de sus bienes. Tras ello empezó a tener abades comendatarios, de designación real, y se adscribió a la Congregación Cisterciense de Aragón y Navarra lo que le permitió un pequeño resurgimiento. Pero su final llegó en el siglo XIX, primero en 1809 cuando sus monjes fueron enclaustrados y el monasterio saqueado, algo que sucedió de nuevo en 1820. Finalmente fue en 1835 cuando la desamortización lo expulsó definitivamente, aunque no se cumplió hasta 1839. Esto les supuso una gran ruina que casi le hace desaparecer sino fuera porque en 1942 la Institución Príncipe de Viana lo restauró al completo y se lo entregó a la Orden de Clérigos Regulares (Teatinos) quienes aún lo regentan.
En cuanto a su arquitectura de su época original queda la base de la Iglesia (de estilo cisterciense francés con tres naves, crucero poco pronunciado ábside rectangular y bóvedas góticas), el claustro (levantado entre los siglos XII y XIV por lo que presenta varios estilos. Destaca una fuente central y un templete con otra frente al refectorio), la sala capitular (cubierta con bóvedas sostenidas por dos columnas), las celdas de castigo, el locutorio y la cocina con su chimenea monumental.
Actualmente presenta un gran estado gracias a su restauración, está en uso por religiosos y gracias a su historia es Bien de interés cultural.
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